Olli-Pekka Heinonen, director general del Bachillerato Internacional
Fuente: International Schools Journal, Vol. XLII, NO 1, Spring 2022
Los horrores de la aún reciente Segunda Guerra Mundial motivaron a los fundadores del Bachillerato Internacional a concebir un mejor planteamiento de la educación, que, a su vez, ayudara a construir un mundo mejor y más pacífico. Lamentablemente, la situación actual en Europa demuestra que esas palabras, expresadas en la declaración de principios del IB, siguen siendo importantes.
Además, nos enfrentamos a una era de cambios, o incluso a un cambio de era. Las dificultades de hoy en día, aunque son muy diferentes a las que enfrentaron los fundadores del IB hace 54 años, han renovado nuestra pasión y nos han dado valor para crear un mundo mejor a través de la educación. Para que los alumnos tengan éxito y marquen la diferencia, debemos entablar conversaciones abiertas y directas sobre qué y cómo enseñamos, y cómo podemos ayudarlos a convertirse en los agentes de cambio que tanto necesitamos. Si bien no es una tarea sencilla, estoy convencido de que el IB tiene la oportunidad única de equipar a la próxima generación de alumnos con la confianza y la agencia que necesitan para ejercer un impacto significativo en el mundo que heredarán.
¿Cuál es la función del IB en el 2022? ¿Qué podemos aportar a este mundo actual que presenta desafíos e interrogantes únicos? Los fundadores del IB habrían querido que no nos quedáramos de brazos cruzados frente a esta oportunidad, que evolucionáramos y convirtiéramos la crisis de la COVID-19 en una ocasión para renovar su visión.
Sin duda, los desafíos de hoy en día son distintos a los del pasado. Son más complejos, globales y polifacéticos. Asimismo, exigen que pensemos diferente. Tomemos por ejemplo la crisis climática. Es común pensar que los científicos son quienes deben lidiar con esta crisis, y que nosotros debemos apoyarlos y financiarlos. Aunque necesitamos a los científicos para superar el grave problema del calentamiento global, también necesitamos especialistas en ciencias sociales, psicólogos conductistas, comunicadores y empresarios que trabajen de manera conjunta.
Pero eso no es todo. Abordar esta enorme crisis internacional es un problema no solo académico, sino también moral. También debemos pensar en formas de abordar el egoísmo, la codicia y la apatía, que son características humanas relacionadas con lo que valoramos, nuestro comportamiento y nuestra manera de tratar a los demás, a nivel global. Tenemos que insistir en la necesidad de pensar en las formas en las que desarrollamos y fomentamos aquello que nos une como seres humanos.
Ambas facetas, la académica y la moral a nivel colectivo, son fundamentales para pensar en qué queremos que se convierta nuestro sistema educativo y en qué acciones queremos que tome el Bachillerato Internacional. Considero que la historia y el legado del IB nos han capacitado para educar a los ciudadanos del futuro de modo que contribuyan activamente a salvar el planeta del calentamiento global provocado por el hombre.
Pero este no es ni mucho menos el único gran reto al que nos enfrentamos. Además de analizar las consecuencias de la COVID-19, también debemos tomar en cuenta la revolución digital que está transformando el mundo a una velocidad que antes era impensable. Las nuevas tecnologías suponen un reto para la educación en dos ámbitos: para la forma de enseñar y para lo que enseñamos. El IB no se puede permitir ignorar ninguno de estos ámbitos; el cambio en la sociedad es cada vez más rápido y el IB debe estar a la vanguardia.
Se necesita una comprensión profunda de la interacción entre las personas y la tecnología a fin de mantener el valor y el sentido humano. El legado de la organización (el hecho de que no está bajo el control de ningún gobierno y de que es realmente independiente e internacional) hace que esté en la posición ideal para liderar esta revolución y ayudar a que sea una fuerza positiva.
En primer lugar, el cómo. Hemos convivido demasiado tiempo con la concepción de la educación como una actividad sincrónica de un docente que enseña, en un aula física, a un grupo de alumnos que escriben en papel. Del mismo modo, me parece arcaica la idea de cursos lineales que terminan con un examen presencial. Las formas estandarizadas de enseñanza y aprendizaje solo son adecuadas para algunas personas, por lo que no son fieles al principio de equidad. Esta manera de enfocar la enseñanza era propia de una época pasada y no refleja en absoluto el mundo en el que viven los alumnos y docentes hoy en día. El futuro cercano del IB implica transcender esas formas anacrónicas de pensar sobre la pedagogía y la evaluación. Hay avances en materia de enseñanza digital, evaluación digital y titulaciones digitales que debemos investigar y poner a prueba.
Esto me lleva al reto que presenta el entorno digital en cuanto a lo que enseñamos (la forma en la que pensamos en el contenido de los currículos y los materiales de las asignaturas). La realidad es que la tecnología que utilizamos en nuestro día a día nos brinda herramientas que pueden procesar información más rápido, mejor y, quizás, con más fiabilidad que los humanos.
Y si bien es cierto que no debemos pasar por alto la necesidad de transferir los conocimientos y la cultura entre generaciones, también nos enfrentamos a un mundo muy complejo que no necesariamente requiere que sus ciudadanos sean expertos en la repetición mecánica de información (que ahora está disponible con solo pulsar un botón). Ahora debemos pensar en el desarrollo de capacidades y habilidades que ayuden a la nueva generación a enfrentar los desafíos y prosperar. A riesgo de sonar trillado, me pregunto: en un mundo lleno de inteligencia artificial, ¿qué podrán aportar las personas del futuro? Sostengo que la respuesta está en la capacidad de imaginar soluciones, priorizar, y tomar decisiones morales y éticas.
No está nada claro, por ejemplo, si la necesidad de ser capaces de tomar este tipo de decisiones subjetivas, creativas y moralistas significa que el IB, en el futuro, deba restar importancia a la enseñanza de ciertos temas en asignaturas tradicionales. Las cosas que se enseñan, evalúan o prueban más fácilmente en estas disciplinas son también las más fáciles de programar.
Mientras la revolución digital nos desafía a cuestionarnos de manera creativa casi todos los aspectos de nuestro trabajo en el IB, está surgiendo otra transformación cultural en todo el mundo, que también nos desafía a ser mejores. Se está produciendo un cambio generacional en la forma en que pensamos en los demás como seres humanos —me refiero a las iniciativas de apoyo a la diversidad, la igualdad y la inclusión—, que a menudo está impulsado por los jóvenes y su deseo de hacer que el mundo sea más inclusivo. Esto nos plantea retos en nuestra labor como organización internacional, sobre todo en lo que respecta al contenido de los currículos. En concreto, con la cuestión de la “descolonización del currículo”.
Esto es algo que debemos considerar con empatía y comprensión. Al fin y al cabo, todos los currículos evolucionan constantemente, no solo con nuevos avances como descubrimientos científicos o nuevas obras literarias, sino también a medida que cambian las sociedades y las culturas. Nadie que trabaje en el ámbito educativo puede permitirse ignorar las demandas, a menudo justas, que se hacen para reconsiderar las decisiones en torno al material que se enseña en los colegios. El IB debe comprometerse a asumir este reto con una especial firmeza y profundidad dada su historia progresista, de la cual nos enorgullecemos. Estos movimientos, que a menudo lideran alumnos del IB (un hecho del que debemos estar muy orgullosos), también nos plantean otro reto: la cuestión del acceso a los programas del IB. Los jóvenes nos piden que seamos inclusivos cuando pensamos en lo que enseñamos, pero también con la cuestión de a quién enseñamos.
Existe una caricatura que presenta al IB como una educación elitista, costosa y destinada a los hijos de familias blancas pudientes en colegios internacionales privados. Esto no es del todo cierto, ya que casi la mitad de los colegios que imparten programas del IB son públicos. Sé que el IB es mucho más que esto, pero como pasa con todos los estereotipos, hay algo de cierto en esa caricatura. Para algunos colegios, nuestros cursos son demasiado costosos, y otros no cuentan con los docentes o las instalaciones que se requieren para impartirlos. Esto debe cambiar. Estoy comprometido a eliminar la mayor cantidad de barreras posibles para aumentar el acceso al IB. No hay otra acción posible para una organización con una filosofía común y una historia progresista como la nuestra.
Y ya que hablamos de lo que los jóvenes de hoy día quieren de nosotros, debemos prestar atención también a las cuestiones de salud mental y bienestar. No es de extrañar que los niveles de ansiedad juvenil se hayan disparado en los últimos dos años desde que inició la pandemia. Lo que quizá sí sorprenda es que ya estaban aumentando. Los adultos hemos experimentado muchas dificultades y comprendemos que, con el tiempo, la pandemia de la COVID-19 pasará. Sin embargo, para nuestros jóvenes, estos tiempos de incertidumbre son desconcertantes y presentan muchas dificultades en su trayectoria escolar. ¿Permanecerán abiertos los colegios? ¿Estará mi profesor lo suficientemente bien como para venir a clase? ¿Tendré que usar mascarilla en los pasillos? ¿Seguiré teniendo la sensación de seguridad que sentía durante mi jornada escolar? ¿Seré capaz de comprender suficientes contenidos del curso para tener éxito en los exámenes? ¿Habrá siquiera exámenes? El bienestar escolar es ahora una cuestión prioritaria. Cada vez se habla más de que se necesita una educación con menos presión, que tenga en cuenta el desarrollo integral de los alumnos y de toda la comunidad escolar, no solo los modelos curriculares y los exámenes.
El IB participa activamente en esta conversación internacional. Este es uno de los motivos por los que siempre hemos dado tanta importancia a los trabajos de clase y a los trabajos corregidos internamente como parte de nuestras evaluaciones. También es la razón por la que queremos fomentar el trabajo en equipo, la indagación y la creatividad en nuestros colegios y marcos. Lo que nos motiva a aplicar este enfoque no es la obtención de mejores calificaciones, sino la formación de jóvenes más exitosos y felices. Dicho esto, aún nos queda mucho por hacer a este respecto. Nos llegan comentarios de alumnos de todo el mundo que nos dicen que los cursos del IB pueden ser estresantes y provocar ansiedad. Sabemos que el aprendizaje requiere de perseverancia y fortaleza, pero el estrés no es una característica de una educación de calidad. Si bien es cierto que casi todas las titulaciones son estresantes, me comprometo a buscar maneras de hacer que las trayectorias educativas de los jóvenes del IB no sean tan difíciles.
Esto nos hace pensar de nuevo en la cuestión de lo que queremos que haga el IB y lo que queremos que se lleven los jóvenes de su trayectoria en el IB. La respuesta en la que siempre pienso es la agencia. La educación consiste en los conocimientos, habilidades, valores y actitudes que deben adquirir los alumnos, pero también en aprender a valorar lo que el mundo requiere de cada uno de nosotros. Para que la humanidad sobreviva a la crisis climática, para que prospere en un mundo digital y para que sea más democrática, inclusiva y progresista, necesitamos alumnos que piensen de manera crítica, busquen soluciones y se enfrenten a estos retos. Asimismo, necesitamos docentes inspiradores que los acompañen en toda su trayectoria. La agencia es fundamental para crear las condiciones necesarias para que los jóvenes prosperen como individuos, pero también como miembros de comunidades que toman en consideración el bienestar global y la prosperidad de las generaciones futuras.
Estamos trabajando en la estrategia del IB para los próximos años, y me aseguraré de que sea iterativa, receptiva y evolutiva. No me cabe duda de que, en 2030, el IB será más abierto, más progresista y tendrá más visión de futuro. Sin alejarnos de los valores de los fundadores del IB, asumiremos un mayor compromiso para abordar los problemas de la sociedad actual a través de la educación del IB.
Creo que esto es lo que los fundadores habrían querido.
Olli-Pekka Heinonen comenzó su andadura como octavo director general del Bachillerato Internacional en mayo de 2021. Anteriormente, lideró la Agencia Nacional de Educación de Finlandia y ocupó varios cargos en el Gobierno finlandés, como los de secretario de Estado de 2012 a 2016 y ministro de Educación y Ciencia de 1994 a 1999. En 1990, obtuvo un máster en Derecho de la Universidad de Helsinki.